domingo, 30 de octubre de 2011

Ese año extraño

Se asomó a la ventana, no podía creer que el e-mail que acababa de recibir fuese cierto... ¿Cómo podía estar Alex en Australia? y ¿Cómo iba a estar en la puerta de su casa?
Aun así, se levantó de la silla, se asomó y miró hacia abajo. Allí estaba él, igual que la última vez que se vieron, pero sin lluvia, sin lágrimas, sin tristeza.
Casi un año había pasado desde esa noche en el parque donde terminó todo y ahora, su corazón volvía a latir con la misma intensidad que hacia diez años, con la misma intensidad que cuando le conoció...
Se había quedado de piedra, intentando asimilar lo que acababa de suceder, cuando él dijo
-¿No vas a bajar a recibirme?- 
-Por supuesto, enseguida bajo- Se arregló un poco el pelo, cogió el bolso y salio a la calle, a darle la bienvenida.
Cuando salió por la puerta lo vio mejor, más alto, mas moreno y más guapo que nunca, ese año le había sentado   muy bien físicamente.
Se miraron a los ojos y ninguno de los dos dijo nada, solo se acercaron, corriendo y se abrazaron. 
Fuerte, muy fuerte
Con miedo de soltarse y desaparecer.
-No he dejado de pensar en ti ni un solo momento- Le susurró Alex en el oído.
-Te he echado tantísimo de menos...- Contestó ella
<Te amo> pensaron. Pero ninguno dijo nada, después de todo no les parecía lo más apropiado.
-Sube, deja las maletas y vamos a tomarnos algo ¿Qué te parece?
-Perfecto- contestó él.


Durante todo ese tiempo no habían perdido el contacto, siempre habían tenido noticias el uno del otro, pero nunca plantearon esa posibilidad, el volver a verse fue una especie de tabú, pero quedaba bastante claro que ambos sentían lo mismo, se querían y se necesitaban. Al fin y al cabo, todo, los viajes, el aislamientos... ese año extraño, había sido una manera de reafirmar el amor que ambos sentían; Una manera de aclarar sus ideas y aprender de los errores. Ese año sin verse fue una especie de castigo que debían cumplir por el daño que se habían hecho, pero ahora, cuando, después de todo, por fin se tenían delante, no sabían si serían capaces de dejar el orgullo atrás, pedirse perdón y volver a empezar.


Llegaron a un bar, pidieron unas cervezas y se sentaron en una mesa de la terracita , en frente de la playa.
Era tan romántico, el atardecer, el ruido de las olas, la gente de aquí para allá... todo perfecto.
Hablaron y hablaron, cerveza tras cerveza, sobre ellos, sobre el pasado, recordando el día que empezaron a salir y el día lluvioso que puso fin a todo. Hablaron, sobretodo, de ese año extraño que pasaron separados.
Cuando ya llevaban varias cervezas, Julia preguntó
-¿Has estado con alguien en este tiempo?- 
-Y eso, ahora ¿qué importa? Y tú ¿ Lo has hecho? ¿Has estado con alguien?
-No, con nadie... ahora, por favor, contesta- No sabía si realmente iba a llorar o simplemente todo era producido por las cervezas.
-No Julia, con nadie... Tuve la oportunidad, pero no pude. No podía hacerte eso... todo había terminado, sí, pero sentía como si te engañara, como si te estuviese traicionando.
La conversación se alargó, hasta que perdieron la cuenta de las cervezas y decidieron volver a casa.
-¿Por qué Australia? ¿Por qué siempre te gustó tanto este lugar?- Preguntó él, bastante borracho.
-¿Qué pensarías si te digo que no lo sé? Que nunca entendí que todo esto me encantara de ese modo- Rió.
-¡Estás loca! Eso es lo que pienso de ti.- Rió también.
Estaban bastante borrachos, pero sabían perfectamente lo que querían, subir a casa y hacer locuras que al día siguiente les costara recordar. 
Llegaron a casa, se besaron, como nunca.
Sintieron las mismas mariposas de siempre. Se tiraron en la cama, hicieron el amor. Como si fuese la primera vez, así se sentían, las mismas sensaciones, el mismo calor, el mismo amor, todo era, exactamente, igual que al principio, incluso ellos dos, a pesar del tiempo, se sentían igual que la primera vez. 
Era como magia, como electricidad... 
Amor.


Alex se despertó antes que ella, con una enorme resaca, salió del cuarto sin hacer ruido y fue hasta la cocina. Preparó su desayuno favorito, creppes con chocolate y zumo de naranja, se bebió su zumo y lo puso todo en una bandeja. 
Volvió a la habitación y desde la puerta, la observaba, estaba tan dormida, que daba pena despertarla, era tan perfecta para él... todo estaba siendo tan perfecto...
Puso la bandeja encima de la mesita y le susurró al oído <Buenos días princesa>.
Se despertó y le dio un beso, como siempre.
-Te he preparado el desayuno, espero que tengas hambre, por que en la cocina ha quedado muchísimo.- Dijo, mientras se reía.
Lo miró y se rió, también, siempre hacía igual. Todo se parecía tanto a lo que tenían que, incluso, daba miedo. Miedo de que se rompiera otra vez. Miedo de que no volviera a ser como antes y ella se quedara destrozada de nuevo.
-¡No cambiarás nunca, ¿eh?!
-Voy a darme una ducha, cariño- Y se fue.


Cuando salió de la ducha, ella ya no estaba en la cama, se había ido al comedor, y parecía bastante seria.
-Alex, ¿Podemos hablar?-
+Tú diras...
-Cuando nos separamos, no lo pasé nada bien, tardé meses en aceptar que no estabas conmigo y...
Él la interrumpió 
+¡Yo tampoco! Todo acabó de repente y no sabía como afrontar una vida sin ti, por eso me fui, de la ciudad...
-Yo no soportaba dormir sin ti, sin tus abrazos y tus besos de buenas noches, no aguantaba llegar a casa y darme cuenta de que estaba sola y cuando, pensaba que todo había acabado, apareciste, otra vez, y entonces, todo giró 180º cuando me asomé y te vi...
+Sentí como si no nos hubiésemos separado nunca... no sé si lo entiendes... 
-Y lo que pasó anoche, significó mucho para mí, pero, si sólo va a ser eso, una noche más, no sé si será buena idea que te quedes- Lloró. -¿Por qués ha vuelto, Alex? ¿Por qué?
+Por qué te amo, Julia, y no podía continuar un segundo más sin ver tus ojos, que cambian de color cuando lloras, sin ver tus sonrisas, tan perfectas.... Por qué como tus has dicho no soportaba dormir solo en esa cama, sin ti, abrazándome, ni llegar a casa y que no me recibiera ese beso que siempre me dabas. Por qué echaba de menos, incluso, discutir contigo. Y por un millón más de motivos... que se resumen en por qué te amo, pequeÑa..


Ella no pudo decir nada a todo eso, estaba llorando, otra vez. Todo era real; Él era real y lo que sentía también.
La besó y sus lagrimas cayeron por el rostro de Alex.
-Te amo- dijo ella
+Mucho, muchísimo- Susurró él.
-Lo siento, Alex. Todo.
+¿Qué dices? ¿Qué sientes?
-Todo, todo lo que ha pasado. Aquel día, aquella discusión, de la que no recuerdo el motivo...
+Yo debería pedirte disculpas. Yo te eché de casa, dejé que te fueras bajo la lluvia. dejé que te alejaras de mi. No quiero que llores más por eso, ni que le des más vueltas. Olvídalo todo, empecemos de cero. Empecemos de nuevo, lejos o cerca, donde quieras, pero juntos. No quiero volver a separarme, nunca, nunca, de tu lado.
La rodeó con sus brazos y la abrazó. 
Le dio un besito en la cabeza y ella, lloró otra vez.
Se abrazó a él, con más fuerza que nunca y le dijo -No quiero que esto, que este momento termine nunca. Ahora mismo, nada mejoraría este momento. Te amo tanto...
Entonces él, salió corriendo del comedor.
-¡No, no te vayas!
Volvió, le tapó los ojos con una venda. 
Sacó algo de su bolsillo y le dijo +¡Ya!
Ella se quitó la venda y justo en ese momento él dijo 
+¿Quieres casarte conmigo?

martes, 18 de octubre de 2011

¿Cómo es la nieve?

No le gustaba pasarse las horas pensando en que dejaba atrás a medida que el tiempo iba pasando. Prefería centrarse en lo que sí conservaba, en lo que se quedaba. Pero esa vez era diferente, no dejaba nada atrás, pero tampoco se quedaba nada con ella, esta vez, la dejaban a ella, esta vez, su abuelo la dejaba, para siempre y eso provocaba que la tristeza. volviese a adueñarse de toda su vida.
Su muerte la había dejado completamente sola en un mundo que no siempre, la había tratado bien, y ahora él ya no estaría ahí para levantarla cuando cayera o ponerle una tirita a su estropeado corazón, ni para darle un consejo, uno de esos que sólo él sabía darle.
Solía recordar su infancia, le gustaba mucho, suponía que sería igual que la del resto de personas, pero ella sentía que, gracias a su abuelo. la suya había sido más especial. Él la llevaba al parque todos los días, y le compraba esas gigantescas bolsas de golosinas que sus padres le prohibían comer; los cortos y fríos días de invierno, junto la chimenea le preparaba un chocolate caliente y la abrazaba para que no tuviera frío y si era verano, la llevaba a la playa, todos los días, pues verla sonreír, a ella y a sus otros nietos, era el mejor regalo que podía pedir, era lo único que él necesitaba; Era ese abuelo que, incondicionalmente, está siempre y aparece aun que no lo llames, por que sabe que lo necesitas; Le hacía reír o le reñía si se portaba mal; Jugaba con ella, la levantaba en brazos o la abrazaba si lloraba.
Cuando Ana era pequeña, creía que su abuelo era un mago, pues cuando se hacia una herida, él, conseguía que dejara de sangrar, con ponerle una simple tirita... <Misterios de mayores> pensaba; Su abuelo, era, para ella, la mejor persona que jamás conoció, ni conocerá... pero, ella creció, conoció el rencor y el orgullo y nunca se lo llegó a decir, y ahora, su abuelo, nunca sabría lo que pensaba, lo que sentía, lo que le quería.
Pero eso no le dolía tanto como el saber que los últimos meses de vida no estuvo con él, como el saber que no pudo despedirse de la persona que más quería, y que más la quería, que no se despidió de la persona más importante de su vida.
El día que murió, llevaba más de un año sin saber nada de él, y aun sabiendo que estaba enfermo, no fue a verlo. 
En su mente retumbaba ese -Mañana iré, hoy ya es tarde- que nunca llegó. Y ese sentimiento de culpa, de desesperación, de arrepentimiento, arrepentimiento de no haber ido a darle un beso para, así, poder ver una sonrisa, dibujarse en su rostro, y sentir como todo él, se llenaba de felicidad, ver el brillo de sus ojos, otra vez; Para notar como la cogía de la mano, de nuevo, tan fuerte, que le hacía daño, pero no le importaba, era él, y ese dolor, no dolía, sólo para que no se fuera; Para volver a sentir sus abrazos, los que él le daba y sabían a verdad; Para volver a escuchar su voz, esa que en su memoria no duraría eternamente, esa que iría desapareciendo y apagándose, un poco, cada día, junto con el recuerdo de sus sonrisas, sus miradas, sus abrazos, sus palabras... 


Nada le hubiese gustado más a Ana que estar ahí, junto con los demás, para verle sonreír por última vez, pues con todos ellos, él, hubiese sido feliz, pero al no ir le había negado esa última sonrisa, que no hizo antes de marcharse; Le había negado ese último ¡ Adiós! y esas últimas palabras que ambos tenían que decirse. 
Por ello, ahora, estaría toda la vida pensando e intentando explicarse del porqué de su, egoísta, actuación; Repitiéndose todo lo que tenía para decirle y nunca se atrevió a mostrar; 
Preguntándose que hubiese hecho si su orgullo no hubiese ganado la batalla, y se hubiera atrevido a ir a verlo, y quedarse con él, los últimos momentos; 
Estaría toda la vida arrepintiéndose de no haberle dicho lo especial que era para ella, lo mucho que lo quería y, sobretodo, la falta que le había hecho durante ese tiempo, y la que le haría a partir de ahora; Arrepintiéndose de que el orgullo siempre gane a los sentimientos; Arrepintiéndose de no haberle pedido perdón por todo el daño que le había hecho a lo largo de toda su vida; Arrepintiéndose de ese último beso, que, nunca podría darle; de no haber cogido sus manos, grandes y reconfortantes, por última vez; De no haber tenido la oportunidad de conseguir ese abrazo y ese te quiero de la persona que más quería, en el momento clave, pues de haberlos tenido, jamás lo olvidaría, inmediatamente quedaría grabado en ese lugar de la memoria, donde guardamos todo lo que no queremos olvidar, nunca. Hubiese quedado ahí, con todos los otros recuerdos de su infancia, junto con los parques, las playas, las golosinas...


Después de eso, se encerró aún más en ella misma, no derramó ni una sola lágrima durante mucho tiempo, y tuvo que acostumbrarse a vivir con los continuos reproches de otras personas, que al igual que ella, no superaban su pérdida, y le hacían cargar con el peso de la culpa. Todo esto y el no haber tenido esos últimos minutos para despedirse de él, acabó con ella, no conseguía levantar cabeza, y su mundo perdió el pilar fundamental, a ella misma. Su vida se volvió del revés completamente. 
Odiaba todo lo que la rodeaba, todo lo que le recordaba que estaba sola y él nunca volvería; Odiaba no ser capaz de superarlo; odiaba no poder llorar, pero sobretodo odiaba que por eso, los demás pensasen que todo esto no le importaba nada, cuando realmente, estaba destrozada.
Por las noches, sacaba la foto de su abuelo, le daba un beso, la colocaba debajo de la almohada y se dormía; Soñaba con parques, con playas, con chocolate y chimeneas, pero ni rastro de su imagen, ni rastro de su abuelo.


Varios años habían pasado, pero seguía sin aceptar su muerte, sin derramar una sola lágrima  por eso; Y lo necesitaba, pero no era capaz, había algo que no la dejaba y eso, la hacía sentirse peor todavía.
Una mañana de invierno, fría, casi helada, se despertó, desayunó chocolate delante de la chimenea, se vistió y fue al cementerio, completamente desierto, se sentó frente a la tumba de su abuelo, dijo <Hola yayo>, y empezó a llorar. 
Por fin. 
Lloró, soltó todo lo que llevaba dentro, intentaba pedirle perdón por todo el tiempo, por el daño, por todo en general, pero le resultaba muy difícil hablar mientras lloraba  y no parecía que fuese a dejar de hacerlo.
Empezó a nevar, y recordó las palabras exactas de su abuelo: -Me encanta la nieve, Ana, es tan blanca, tan pura. Es como un alma sin pecados, como un alma sin remordimientos, sin culpas, sin ningún tipo de carga. Es como un alma libre.
Entendió, entonces, lo que eso quería decir, su abuelo la había perdonado.