Relámpagos,
truenos, rayos y enseguida empieza la tormenta, me duele la cabeza y no puedo
pensar más.
Mi cama
vacía y deshecha, un poco como mi vida últimamente; Mi habitación patas arriba,
mi casa ardiendo y yo sentada, viendo la vida pasar, sin poner orden, sin
extinguir este fuego interno que me recuerda que te marchaste sin despedirte.
Otro trueno.
Me gusta la
lluvia, salir a correr bajo su protección, inspirar y fotografiar su aroma en
mi cabeza; Alzar el vuelo y empaparme de vida; Llorar sin que me vean, reír sin
más, saltar eufórica y sentarme a escuchar como golpea, delicadamente primero y
con rabia después, en el cristal de mi mente.
Me gusta ver
llover.
Me gustan
las tormentas pero me asustan cuando llegan a mi cabeza y aparezco desprotegida.
Sin tu
abrazo nocturno. Sin tu saludo vespertino. Sin observarte mientras duermes mi
vida no es igual.
No soy tan
fuerte como crees, no cuando se trata de ti.
Eres el
resplandor del sol colándose por las rendijas de mi ventana y atravesándome de
pleno el pecho hasta acabar incrustado en mi corazón de hielo que no desearía
dejar de latirte nunca.
Mi cabeza.
Eso ya es
otro tema, la tormenta anuncia noches
azules de insomnio. Noches en vela escribiendo cartas sin destinatario
concreto.
Antes eras
tú.
A ti te
escribiré todas las noches cartas que luego quemaré
El fuego.
El fuego
purifica lo que siento por ti, que ya no es sano.
Es una droga
de la que no quiero desengancharme, aunque mi cabeza te odie.
Sí, te odia
con todas sus fuerzas porque irracionalmente eres quien jamás querría ser; Eres
quien me hace llorar y gritar y enfadarme y no comprender; Lucha interna que me
lleva a alejarme de ti cuanto más te quiero.
No quiero
quererte.
Me asusta
tanto sentir, que no puedo permitírmelo.
Dejarte.
Dejarte quiere
mi cabeza, pero mi corazón explota y envía mariposas a mi sistema nervioso cada
vez que sé que te tengo; Cada vez que sé que me tienes.
No.
No puedo
quererte, pero lo hago.
Sé que no
eres bueno para mí, pero ya es tarde.
Ahora ya no
va por ti.
Ahora sé que
ya no hay vuelta atrás, que lo nuestro es imposible.
Antes.
Solía
buscarte lloviendo y jugar a ser inmortales e infinitos.
¿Dónde quedó
todo aquello?; Dime, ¿Fue de verdad?, ¿Lo soñé todo?; ¿Por qué cada vez te veo
más lejos y sin embargo, te sigo sintiendo tan cerca?; ¿Qué falló?, ¿Qué
ocurrió?; ¿Cuándo dejamos de ser un único Dios para convertirnos en completos
aliens de distintos planetas?
Te echo de
menos.
Irremediablemente
estás enganchado a mi corazón con recuerdos afilados, sueños rotos y futuros
borrosos que no eran de verdad.
No es justo
porque el silencio que nos separa es abismal y me lanzaré a él en cualquier
momento.
-Nada de lo
que nos ocurrió fue justo y sin embargo, pasó – dices- porque a veces pasan
cosas injustas a gente buena.
Destino.
No se puede
luchar contra lo que ya está escrito y el destino, las injusticias y la muerte
lo están.
“Estamos
predestinados a fracasar.
Todos los
días fracasa alguien.
Alguien que
quiere escalar un ochomil y se queda
a mitad camino; Alguien que suspende el examen más importante de su vida;
Alguien que pone sus expectativas en la luna y ésta le falla.
No podemos
pararlo, el destino es una máquina veloz que maneja nuestras vidas; Las
injusticias nos persiguen y nos alcanzan, como lo hará la muerte. Reconoceremos
que no éramos tan infinitos ni tan invencibles como creímos.
Somos
efímeros.
Efímeros
animales, desprotegidos, en busca de quien nos complete y nos cubra con sus
brazos.
A eso
dedicamos nuestra vida. A buscar. A perder.
Aprendemos a
buscar aquello que necesitamos pero cuando lo encontramos, nadie nos enseña a
perder, porque perder es más complicado.
Perder es
más personal, nadie puede enseñárnoslo porque cada persona es un mundo y cada
mundo es su propia historia.
Historias a
base de encuentros, búsquedas, injusticias; alegrías, decepciones; Pérdidas.
Pérdidas que
debemos aprender a sobrellevar solos porque en ese momento nos encontraremos
totalmente aislados del conjunto.”