sábado, 24 de marzo de 2012

Confesiones a mi pequeña Ginna

Nunca llegué a comprender cómo funcionaba su cabeza, ni tampoco qué cosas le quitaban el sueño.
Fui su compañero durante toda la vida y no logré descifrarla.
Lo que descubrí de ella no se acercaba ni al cinco por ciento de la totalidad de sus pensamientos, así y todo conseguí quererla y amarla como no lo había hecho con nadie.
Quizá fue la intriga por saber eso que ocultaba celosamente al resto de mortales; tal vez el brillo de sus ojos azules que, a pesar de reflejar la luna en ellos, no dejaban entrever todo su mundo interior, o quizá fue mi "masoquismo sentimental" lo que me llevó a enamorarme locamente, lo que me llevó a no poder pasar ni un solo segundo sin su compañía, que no es que fuera realmente fructífera para mi empeño de descubrirla.
Nos lo pasábamos muy bien juntos: Las mañanas en los parques eran inolvidables y las noches... las noches eran de incendio.
Pero toda esa atmósfera se rompía al abrir el baúl de sus recuerdos. 
Se volvía una persona completamente diferente a quién yo me había enamorado: Una especie de Dr. Jeykill & Mr. Hyde, pero eso no impidió que una parte de mí empezara a desear al Mr. Hyde que mi pequeña Ginna llevaba dentro.


No llegué a confesarlo. No encontré la oportunidad.
No supe escoger ni el momento ni las palabras con las que decirle que me había acostumbrado a su lado oscuro al que, sin querer, iba acercándome peligrosamente.
Ahora ya es tarde, no hay tiempo para arrepentimientos, ni tampoco para una estúpida confesión que, como mi pequeña Ginna diría, era la de un artista de mierda.
Eso es cierto, nunca le gustaron mis cuentos, ni mis reflexiones ni mucho menos mis confesiones.
Quizá fuese porque nunca las leía y en sus últimos años ni siquiera entendía de qué iban todas ellas.
Tal vez porque realmente fui un artista de mierda, bastante sobrevalorado.


Pero quizá para lo que sí quede tiempo sea para confesar que a mí tampoco me gustaron jamás las cosas que escribí, ni tan solo sabiendo que el destinatario de todas ellas fuera ese Mr. Hyde que mi pequeña Ginna escondía, que sacó lo peor de mí y logró que me convirtiera en lo que soy ahora: Un viejo escritor de mierdas para un público prácticamente inexistente ahora que el alzheimer se ha llevado a mi pequeña Ginna y con ella a la fuente de todas mis inspiraciones; Al causante de mis desvarios en estos últimos años; Al productor de las geniales mierdas que fui capaz de crear cuando esos ojos azules, reflejaban la la luna en ellos y me miraban y yo lograba ver todo mi potencial escondido allí, junto a su lado oscuro.


Tal vez a mí no me quede tiempo de confesarle a mi pequeña Ginna que hubo alguien a quien amé más que a ella, pero para lo que sí quedó tiempo antes de que todo ésto sucediera y me quedara solo con mis viejos cuentos infantiles para adultos, fue para que mi pequeña Ginna me mostrara la luna una vez más y me dijera: "Sólo tú sacaste lo peor de mí. Me alegro de que hicieras grandes cosas con ello". 
Y tras ese momento de lucidez que algunos doctores llaman memoria retrospectiva sus ojos se apagaron y dejé de ver el cielo en su mirada, dejé de sentir a mi pequeña Ginna y supe que mi escaso prestigio se había esfumado, que mis quince minutos de fama habían pasado y que jamás encontraría a otro Mr. Hyde que me hiciera vivir y amar mi trabajo tanto como el que mi pequeña Ginna escondía.

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