jueves, 5 de abril de 2012

El paraguas amarillo

Confesiones a mi pequeña Ginna II

El paraguas amarillo:


El día que conocí a mi pequeña Ginna llovía, desde entonces la lluvia se convirtió en nuestro símbolo.


A ella le había encantado desde pequeña.
Siempre me contaba que las noches de tormenta nunca dormía lo suficiente, porque se quedaba viendo los rayos por la ventana y jugaba con las gotas que caían por el cristal.
Personalmente, a mí no me gustaba demasiado, pero me recordaba tanto a ella cuando no estábamos juntos que acabé deseando que todos los días fueran de tormenta.


Siempre me decía que nuestro mundo era muy monótono, como si viviéramos en una película de los años 20. 
Que no le gustaba sentirse la protagonista de una vida en blanco y negro, que necesitaba ponerle un poco de color.
Yo le regalé un paraguas amarillo y al verlo, su sonrisa iluminó todo cuanto había a nuestro alrededor, incluso más que sus preciosos ojos azules.


Nunca jamás se separó de él.


Ahora, mientras escribo estas líneas en mi solitario despacho, me distraigo mirándolo, sigue ahí, donde ella lo guardó por última vez. 
Pienso en ella y  lloro un poco, o quizá demasiado.
Pienso que no fue justa su marcha, que le quedaban demasiadas cosas que ofrecerme, a mí y al mundo.
Intento volver a mis líneas, pero me resulta imposible.
Montones de recuerdos vuelven a mi cabeza una y otra vez y pienso que ella no se merecía olvidarlos.


De pronto uno de ellos toma más fuerza.
Era verano y yo la esperaba en la playa.
Ella llevaba ese vestido de flores que tanto me gustaba y en la mano, el dichoso paraguas amarillo.
Yo, sonreía como un idiota mientras mi corazón gritaba ¡Cásate con ella, seréis felices siempre!
Cuando llegó frente a mí y me besó logró que el Universo perdiera todo su sentido y tomara uno nuevo: El que ella y yo quisiéramos darle.
De nada me sirvieron las horas de ensayo, pensando en cómo decirle que me moría por pasar toda la vida con ella, en cuanto la tuve delante, me armé de valor y le dije ¡Cásate conmigo, pequeña Ginna!
Un si, escritor de barrio, nunca me había sabido tan bien.
Empezó a llover, nos refugiamos bajo el paraguas amarillo y me di cuenta de que realmente, daba color a nuestra vida.


Logro escapar de mis recuerdos y salgo de mi despacho, dejo mis líneas a medio terminar y me dedico a pasear por cada estancia de la casa.


Era la casa de nuestros sueños, hubiéramos querido llenarla de niños, pero Ginna no podía ser saltadora de pértiga.
El día que el médico se lo confirmó, también llovía y como siempre, llevaba su inseparable paraguas amarillo.
Nunca la vi llorar tanto como aquella vez, nunca me sentí tan impotente, tampoco.
Mr. Hyde se apoderó todavía más de ella y jamás volvimos a hablar sobre ese episodio de nuestra vida.


Decido dejar de divagar por la casa, quiero volver a mis líneas, deseo terminarlas y acostarme, aunque sepa que no podré dormir, todavía no me acostumbro a la soledad de nuestra cama.
Me siento y descubro que solo había escrito la fecha.
Arrugo el papel y lo lanzo a la papelera.
Saco la vieja libreta donde escribía a Mr. Hyde y esperando que las palabras lleguen solas a mi cabeza escribo el título: El paraguas amarillo

No hay comentarios:

Publicar un comentario