Un nenúfar en la luna:
En esta noche de Luna llena me gustaría recuperar mi vieja libreta y contarle un cuento al cielo.
En voz
bajita y a oscuras, mirando las estrellas, buscando la que más brille, buscando
la tuya. Contarte un cuento a ti, pequeña Ginna, como siempre, uno que solo sea
tuyo, uno que solo sea mío.
Uno que te
devuelva aquí.
“Aquella noche era demasiado fría para ser
abril, pero ahí estábamos los dos, en las tumbonas, observando la Luna,
hablando de locuras futuras, planeando un millón de cosas por hacer, recordando
historias inventadas, siendo invencibles.
-Oye Max, ¿sabías que yo siempre he querido pasear por la Luna? ser Astronauta, verla de cerca… ya sabes todas esas cosas.
Yo me reí, como siempre que me contabas alguno
de tus sueños imposibles, aunque a ti eso no te hacía mucha gracia.
-¿Por qué te ríes? ¿Tú no tienes sueños
imposibles o qué?
-Sí, claro que sí. Yo siempre he querido ser
como Papá-Noel. Para hacer feliz a los niños y devolver la ilusión a los
mayores.
Y los dos nos miramos y supimos que en
ningún otro sitio seríamos más felices que allí arriba.
-Escucha, cielo ¿quieres ver algo
maravilloso?
Y sin darte tiempo a contestar, te cogí de
la mano y salimos a la calle.
Recuerdo que durante todo el trayecto ibas
farfullando y gritando que te soltara, que no te gustaban las sorpresas… y yo
no podía parar de reír. Siempre me reía de ti, de tus cosas y de tus manías.
Me hacía gracia la forma en que andabas, o
cómo corrías.
Tu forma de hablar o de chillarme cuando nos
enfadábamos… pero sobretodo adoraba hacerte rabiar, porque te ponías de morros
y estabas preciosa.
Unos quince minutos después, llegamos al
Parque del Estanque.
Tú preguntaste qué hacíamos allí, yo
contesté que las sorpresas hay que disfrutarlas.
Y caminamos hasta el estanque, vimos los
pececitos nadar y apareció ante nosotros la Luna.
-Acércate, Ginna. Tócala.
Tus ojos brillaron intensamente y me
susurraste un ¡Eres increíble! al oído, tan tierno y cálido que sólo fue
nuestro.
Te acercaste más, parecías la persona más
feliz del mundo.
Tocaste el agua y la Luna se enturbió.
De pronto regresaste a los cinco años.
Eras como una niña pequeña que no puede
dejar de sonreír.
Y yo, bueno yo me sentí un verdadero
Papá-Noel, llevando regalos a los más pequeños y devolviendo la ilusión a los
mayores.
La Luna se dibujó otra vez ante nosotros y
un nenúfar se posó en su reflejo y, mientras volvía a emborronarse, tú dijiste: -¿No te parece curioso? Hay un
nenúfar en la Luna.”
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