lunes, 2 de noviembre de 2015

Breve reflexión de un día de lluvia

Hoy he despertado con el cielo cubierto de metal;
Estaba lloviendo, todo era triste, quizá porque los ángeles ya saben que lo nuestro ha terminado.
Estaba lloviendo, todo era gris, quizá porque el Sol, la luna y las estrellas están demasiado tristes para brillar.
Cielo cubierto de metal.

Las nubes lloran, los pájaros han dejado de cantar;
El invierno de nuestra vida no ha hecho más que comenzar.
Las nubes lloran.

Un café amargo, unas tostadas quemadas y un periódico que ya no hablaba de nosotros.
Un impulso inexplicable de saltar en los charcos, con tus viejas botas de agua y un estúpido paraguas amarillo.
Tan estúpido era saltar como seguir esperándote, y ahí estaba yo haciendo ambas cosas.
¡Qué curioso ésto de las conexiones, malas conexiones, cerebrales que nos llevan a hacer estupideces!
Saltar en los charcos.
(Des)Esperar.

Las nubes lloran y gota tras gota, la lluvia ha mojado mi cara, ha calado mis huesos.
Hipotermia en el alma.
He sentido miles de cosas anónimas pero no miedo.
No tenía miedo de lo que pudieran pensar de una pobre niña loca que salta y se deja mojar.

Y ahí, a punto de morir de frío, he llorado.
Bajo la fina lluvia porque dicen que la tristeza parece más pequeña bajo la tormenta.
Mentiras.
Todo son mentiras.
Mis lágrimas se han sincronizado con la lluvia hasta que finalmente la tormenta ha llegado, trayendo consigo unas horribles ganas de acurrucarme a tu lado.

He corrido a casa, nadie ha venido a recibirme excepto la fría nada.
Y ahora ya en la cama, con las persianas bajadas y las gotas repiqueteando fuerte en ellas, la mañana se hará noche y ¿quién sabe? quizá la noche se haga eterna.

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